De son vivant. Cannes 2021


Cinta de la francesa Emmanuelle Bercot, que participa en la nueva sección del festival de Cannes "fuera de competición" en la cual estamos viendo verdaderas maravillas.

Una de estas obras aplastantes es "De son vivant" o "Peacefully" en inglés. Con Catherine Deneuve (la madre, Crystal) y un inmenso Benoît Magimel (Benjamin, el protagonista). 

Solamente por la actuación de este tsunami de la pantalla que es Magimel (quien físicamente se parece mucho a Sean Penn), la película sería de las destacadas en el festival. Imposible no darle el premio a mejor actor, nadie como él ha conseguido transmitir tanto en la pantalla, por lo que va de festival, ni parece que nadie llegue a superar en lo que queda una de las mejores actuaciones que he visto nunca. Los papeles de personas sufriendo son muy dados a ganar Oscars, no por las buenas actuaciones siempre, sino porque "queda bien" dárselo al papel que  representa: Anthony Hopkins en su padre con alzheimer es uno de los últimos claros ejemplos. Estos papeles de sufrimiento dan mucho juego, pero el público empieza a estar cansado de un actor o actriz que no para de fruncir el ceño y tener los ojos húmedos para mostrar que está sufriendo. 

Magimel nos provoca pena, dolor, lástima por él, cuando sonríe, cuando intenta estar feliz, cuando coge al médico por los hombros y se pone a bailar, ahí nos atrapa creando la magia de mostrar algo y hacer sentir al público otra cosa, una cosa que es profunda empatía por el personaje y el mundo que le rodea y vé como se desvanece.

Bercot no usa nada extraordinario para hacer esta obra magnífica, a parte de su talento. Vemos una música espectacular, con una primera versión de "voyage voyageg" cantada en el hospital, y que de nuevo la escuchamos en los créditos finales, haciendo que todo lo que uno tenía guardado dentro salga durante los varios minutos que duran los créditos, nunca esta parte de la película estuvo tan vinculada al propio guión como aquí. 



El sonido y sobre todo los silencios son otro de los elementos básicos usados con brillantez para poder hacernos escuchar las olas dentro de una casa, o la brisa en los pasillos de un hospital. Uno no entiende que es lo que sucede, pero el espectador encaja ambos impactos: ver algo pero escuchar el sonido de otro mundo, lejos de allí. La directora quiere hacernos sentir lo que hay dentro de la cabeza de Benjamin, que quiere ser feliz en su cabeza para olvidar la realidad, y ese viaje al paraíso comienza imaginando sonidos de la belleza de la naturaleza. Viajar es lo que está haciendo, y lo que los familiares tienen que dejarle hacer.

Aquí radica también uno de los éxitos de la cinta, el dar consejos de forma didáctica sobre cómo tratar a los enfermos terminales tanto como médico y como familia: permitiéndoles partir, no tomando su plaza, no teniendo miedo a llorar delante de ellos.... La directora juega con tres escenarios: la sala de reuniones de los médicos, el centro donde Benjamin imparte clase de interpretación, y el protagonista en el hospital. Con las reuniones de médicos nos aleccionan sobre el sufrimiento que padecen los propios médicos dando este tipo de noticias, mostrando un punto de vista distinto al de la familia o el propio paciente. Con el centro de interpretación vemos que en la vida hay que sentir, que estamos aquí para reír, llorar, cantar, bailar... Todo esto apoya la idea de que cuando hay que morir no hay que ponerle impedimentos, recordando todo lo que se ha vivido, y sobre todo, la vida que se ha dado.

En ciertos momentos, los comentarios del doctor pueden llegar a parecer pedantes, pero siempre se quedan en la zona de la belleza poética y ponen en práctica los propios médicos con los pacientes. En el caso de la doctora, la relación que surge con Benjamin es tan sorprendente como sutil, lo que hace que lleguemos a creérsela, haciendo aún más impactante esta relación con la frase que dice la doctora al final de la película deseando buen fin de semana a su compañero.



Los detalles poéticos son innumerables, entre ellos podemos destacar las lágrimas que caen por la mejilla del protagonista, mientras a su espalda el mundo entero llora representado por la lluvia que cae por la ventana. Los capítulos (primavera, verano, otoño...) en los que está dividida la cinta dan fuerza a que la vida llegue a su fin con el paso del tiempo. Haciendo que la sangre de un hijo corra por las venas de un padre, o que ese propio hijo tenga una figura destacada en el título en francés, ya que "son" es hijo en inglés, y por si quedan dudas de lo rebuscado del símil, el hijo es británico, por lo que sí que es plausible que dentro del título esté esta referencia importante.

Sin duda una obra con tensión, dinámica, y que consigue pasar el mensaje desde el primer segundo, sin caer en el melodrama pastelero del que estamos ya acostumbrados en la mayoría de cintas que tratan temas tristes de enfermedades.

Opinión 4,5/5




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