Atlantide. Venecia 2021


En sección Orizzonti está la cinta del realizador italiano Yuri Ancarani, que ha dejado con la boca abierta a la sala completa del PalaBiennale.


Yuri es un ejemplo a seguir en lo que se refiere a cine entendido como cine contemporáneo, ese cine moderno que se mueve más por conceptos que por un guión elaborado, con frases, inicio y fin. Esta cinta cuenta una historia, pero de forma tan abstracta, con luces, sonidos, ángulos de cámara, que pareciera un trabajo expuesto en el palacio de arte contemporáneo de París: el palacio de Tokio. De hecho, en su web se encontrará una referencia a Ancarani, muestra de que él tiene el arte contemporáneo en la sangre.


El guión no tiene mucho texto, y la mayoría incongruente, exceptuando la periodista que sale por la televisión dando una noticia que se veía venir. Las imágenes son oscuras en muchas ocasiones, creando el fondo perfecto para que Yuri juegue con las luces de las barcas a motor que recorren la laguna de Venecia y sus calles, rojos, verdes, azules, amarillos surcan literalmente las aguas de la ciudad italiana, las imágenes desenfocadas intencionadamente, o sorprendentemente enganchadas a la cabeza de los actores haciendo que su cuerpo no se mueva y sea lo que les rodea que se balancee con las olas, el giro de 90 grados de la cámara para crear un sorprendente túnel...que maravilla. Y todo con una extraordinaria y sugerente banda sonora que potencia la obra, llegando a sincronizar la banda sonora con el sonído de relámpagos de una tormenta real (lo nunca visto), obra de Mirco Mencacci, Lorenzo Senni, y Francesco Fantini.



La poesía sugerente de la cinta triunfa sobre el guión explicito, haciendo que cualquier espectador entienda lo que quiera decir sin necesidad de informarse antes, como ocurre con la mayoría de cine que proviene por ejemplo de la nueva ola gallega.


El director retrata la vida de un chico de clase media baja,  que vive en una de las islas de la laguna, Sant'Erasmo y cuya obsesión es tener una barca más rápida que la del resto, por lo que roba una hélice. Tras esto la relación con su medio pareja no va bien, y terminan descubriendo que fue él el ladrón. Así dicho parece aburrido, pero hay que imaginárselo con escenas hipnóticas de una manicura, en donde no se sabe bien quién pregunta y quién responde, persecuciones de policías, sexo en los canales de Venecia, una fiesta en una isla donde hay un convento de monjes, donde se pide expresamente silencio, un crucero pasando por delante de la plaza de San Marcos (crítica a uno de los de la ciudad problemas: el exceso de turistas), el mal mantenimiento de la laguna que tendrá un papel crucial en el guión, etc. Todos estos pequeños detalles tratados con una plasticidad exquisita (que no perfecta) donde podemos ver el genio, el artista que esconde su director.



Una de las imágenes más impresionantes, quizás un poco larga, es la de la cámara girada 90 grados creando un túnel con el reflejo. Un túnel que ven los muertos, con una luz al final de ese túnel que es el día, el amanecer de nuevas expectativas y esperanzas que se ve en el film. Con una procesión fúnebre formada por barcas, vemos lo que le gustaría ver a un amante de las barcas que vive en Venecia. Una alegoría a la belleza, a la vida, aunque esta vida sea completamente improductiva como la del protagonista. Las calles inundándose hacen referencia a la tristeza y las lágrimas que se acumulan desbordando Venecia, aprovechando para hacer un hincapié en otro de los riesgos de esta ciudad: el cambio climático


El joven actor Daniele Barison que da vida el protagonista de mismo nombre, tiene una forma de actuar que supera todos los parámetros de las escuelas de arte dramático, Daniele vuela con sus ojos sin interpretar, no parece que hubiera una cámara a pocos centímetros de él, con reacciones hiper realistas como pasar la mirada buscando algo y volver la cabeza rápidamente para darse cuenta de que no era nada y continuar su mirada en el horizonte. Múltiples escenas de este realismo crudo las vemos desde el inicio, cuando un niño espera en un banco mientras sus amigas se bañan, el hecho de que el niño entre de nuevo a la caseta por la ventana denota que ese es su verdadero ambiente, lo mismo podemos ver en los elementos mínimos como los deportivos rotos, o el sombrero del abuelo de Daniele que tiene un esparadrapo real para sujetarse la cinta. Este tipo de decorado no puede ser falso, parece que ha utilizado los elementos y la gente local, para grabar algo local, autentico, dándole un aura de belleza al ya espectacular paraje, con su toque de arte contemporáneo. Todo esto da un conjunto mágico de 100 minutos que más que una película son una experiencia, una maravillosa experiencia que tenemos el privilegio de ver, escuchar y sentir.


Al final de la película la ovación fue contundente bastante para los estándares de la sala PalaBiennale.


Opinión: 4,3/5


Yuri Ancarani, premio BISATO D’ORO 
al mejor director.



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