Earwig. San Sebastián 2021


Pocos disfrutes hay mayores que entrar en un sitio y dejarse sorprender, haciendo caso omiso a los trailers, críticas o comentarios. Ir a un cine con la mente en blanco y dejar que las imágenes se vayan impregnando en tu cerebro para crear sensaciones. Esto es lo que me ha pasado con "Earwig", una película de impactos.

Lucile Hadzihalilovic nos introduce en su mundo, sin lógica, o con una que solo ella entiende. De hecho, al salir de la película muchos espectadores no sabíamos qué era lo que acabábamos de ver, imposible de explicar en palabras, pero el regustillo perenne de haber saboreado algo exquisito quedaba aún en el paladar celebrar.

Un disfrute que solo los maestros consiguen crear, por ende, Lucile Hadzihalilovic es para muchos desde este film una maestra, ya que con su obra "Earwig" consigue descolocarnos sin que entendamos lo que estamos viendo. ¿Cómo hacer una crítica de una película que no se entiende?, ahí está parte de la dificultad de transmitir la belleza oscura y tenebre de la obra.


Empezamos por lo descrito oficialmente, es decir el protagonista es Albert (un inmenso Paul Hilton), que cuida a Mia, una niña con dientes de hielo. Las escenas se desarrollan en algún lugar de Europa, a mediados del siglo XX.

Con estas premisas los primeros planos cotidianos de Albert pensativo con las manos en la cabeza, Mia jugando con un gato, o mirando por una ventana, podrían llegar a estar faltos de dinamismo, pero Lucile impregna a cada segundo de su largometraje de una tensión inexplicable gracias a un minimalismo extremo, donde en ocasiones la falta de cucharas hace que el protagonista utilice su dedo para remover la leche. Lucile nos obliga a utilizar nuestros sentidos para que participen en la película, un ejemplo son los contraluces del protagonista subiendo una escalera con una lámpara detrás, haciendo que tengamos que agudizar los sentidos para distinguir los rasgos del hombre. Está claro que la directora, junto con el director de fotografía, Jonathan Ricquebourg, consiguen romper muchas de las reglas seguidas por la mayoría de los directores, acercándose sigilosamente a un Dogma 95 donde la luz es natural (aunque sea insuficiente) o con un 35mm que combina con la época pasada en donde ocurrieron los hechos. 



El minimalismo de esta cinta llega al extremo de evitar poner etiquetas a las cervezas, o toda clase de retórica innecesaria y en muchas ocasiones molesta. Aquí se dice y se muestra lo mínimo para transmitir lo máximo. Con cierto parecido en algunos momentos al David Lynch de "Twin Peaks", la cinta utiliza una progresividad en la presentación de los personajes (también mínimos: prácticamente 2 principales y 2 secundarios)  y en la de los eventos nos van atrapando como la marea, de forma parsimoniosa pero infalible. 

Parte del éxito de esta cinta es mostrar cosas incoherentes obligando al público a adivinar qué es lo que está viendo, por qué la niña lleva un aparato en la boca que la provoca salivar, recuperando esta saliva en un molde que se mete en el congelador..., qué significa la misteriosa llamada que recibe Albert para preparar a la niña para salir de la casa en 13 días, por qué ocurren las acciones violentas en el bar, quién es la camarera, cuándo ocurren los hechos del bar (antes o después del accidente del lago), y así podríamos estar nombrando locuras divinas hasta llegar al final apoteósico que nadie entiende y que cierra con una imagen real del cuadro que vemos al principio. 

Una película que es un lujo por la ejecución, la actuación, los planos milimétricamente medidos pero con una aparente dejadez en la iluminación que provoca tensión visual. Sin duda una de las que merecerían ganar este y otros festivales, ya que nos presenta una forma de rodar fuera de lo común, sin caer en formas de arte incomprensibles. Lucile es consciente de que su obra no tiene que ser entendida, pero tiene que gustar a los sentidos, consiguiendo esto ampliamente.

Opinión: 4,5/5

Actualización: 

Lucile Hadzihalilovic con su Concha Premio Especial del jurado


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