The zone of interest. CANNES 2023


Hacer una crítica sobre una maravilla es muy complicado, uno puede no llegar a transmitir en palabras lo que señalan los pelos como escarpias, los ojos abiertos como platos, o la ausencia de este mundo durante la película.

Unión de nacionalidades para mostrar la desunión 

El director británico Johathan Glazer rueda con alemanes (la más famosa Sandra Hüller) una película sobre el campo de exterminio poláco en Auschwitz. Con un libro con el mismo título de Martin Amis, el director solo toma el título del libro, para convertir el film en una experiencia sensorial. Desde los primeros 40 segundos las intenciones son claras, la oscuridad y el sonido nos hacer darnos cuenta de que todos estamos en una sala, la misma impresión que podrían experimentar los judíos que se encontraban en los crematorios. De repente la luz, una casa, un jardín, sol, una familia felíz, un río, risas, juguetes, un mundo perfecto con un muro que les separa de lo imperfecto. La casa está justo al otro lado del campo de exterminio levantado por los  nazis en la tristemente célebre localización polaca.

Grazer ha conseguido ya el objetivo, y no ha pasado ni un minuto. Quiere que nuestro cerebro vaya por separado, la vista y el oído tengan experiencias diferentes con la misma película, esta maravilla sensorial nos hace horrorizarnos mientras vemos jugar a niños bajo un sol radiante. El transmitir sin mostrar llega en esta cinta a un nivel nunca antes vivido gracias a la meticulosidad de los protagonistas que nos hacen ver con actividades cotidianas (apagar todas las luces una a una, recoger ellos mismos los platos...) lo que pueden estar haciendo en términos de exterminio. Un exterminio representado con un color rojo que ocupa la pantalla completa, entre los dos negros iniciales y finales que nos parecen decir que lo que acabamos de ver no puede ser cierto y solo es un mal sueño.

La cámara parece ser una simple videocámara de vigilancia, el espectador está al otro lado de la vitrina, no tiene por qué sentir, no hay escenas de lloros, o de sufrimiento, no hacen falta, Glazer supera todo eso con una inteligencia extraordinaria. Esa lejanía se transmite también a los planos, la pareja en la cama está a más de 4 metros de la cámara, no hace falta ver su facciones, mejor, no hace falta empatizar con ellos al igual que ellos no lo hacen con los que están matando. Todo en esta película es cuestión de sentimientos, de sensaciones, de hacer que uno no pueda dejar de disfrutar de esta maravilla que se llama cine, a pesar de tener un compañero con halitosis profunda.

Mirar para otro lado

La madre llega a la casa con la intención de quedarse, pero el asco que le provoca el humo indicador de la muerte, hace que se aleje de su hija, quizás para suicidarse tras ver lo que ha visto. Pero la pregunta es ¿cómo la familia puede vivir en esa casa sabiendo lo que está pasando al otro lado del muro?, el cerrar los ojos, aceptar el horror sopesándolo en la balanza del bienestar personal, la familiaridad, el lavado de cerebro, no se sabe cómo, pero muchos alemanes consiguieron conciliar el sueño a pesar de que sabían lo que estaba pasando. La sociedad se acostumbra a todo, incluso al horror de jugar con dientes de personas muertas, banalizar tomando un té con diamantes escondidos dentro de muelas. 

La obsesión por el confort y el poder son la base de todo, todo vale para obtener lo que estos alemanes quieren. La protagonista llega a ser tan convincente en este punto que pocas veces se ha experimentado tanta repulsión por alguien como con esta mujer, y eso que casi nunca fue desagradable. El hombre, basado en el personaje real de Rudolf Hoss (Christian Friedel) no se queda atrás provocando este rechazo en el espectador, buena muestra es la felicitación por crear una cámara de cremación más eficiente, o que se dedique a pensar la dificultad de gasear a la gente de una fiesta a la que había sido invitado. La obsesión por el trabajo a veces lleva a esto, motivado estaba el personaje, eso no presenta dudas.

La linea temporal salta por los aires intencionadamente cuando tres mujeres de la limpieza del 2022 entran en la sala de cremación a limpiarla, pasan por las vitrinias donde se acumulan zapatos y maletas de judíos asesinados, nos sentimos nosotros en la vitrina, al otro lado del cristal, como si no fuera con nosotros, como si el cristal fuera tan expeso como el muro de hormigón que separa la casa del horror.

Una muy clara candidata para la Palma de Oro.

Opinión: 4,5/5

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