La cocina. SEMINCI 2024
En “La cocina”, Alonso Ruizpalacios nos sumerge en un retrato visceral y realista de la vida dentro de una cocina de un restaurante en Nueva York, donde las tensiones sociales, culturales y personales se entrelazan con la frenética preparación de platos. Adaptada de la obra teatral de Arnold Wesker, la película se convierte en un espejo de las desigualdades y las luchas de los inmigrantes en Estados Unidos, haciendo uso de un enfoque visual innovador.
Uno de los aspectos más destacados de la película es su manejo del color como elemento simbólico. El film se despliega en cuatro colores predominantes: blanco, negro, azul y verde. Los dos primeros reflejan el contraste entre las distintas realidades que coexisten en el espacio limitado de la cocina: el caos y la presión del trabajo detrás de las puertas del restaurante, y la calma aparente en el comedor donde los comensales disfrutan sin percatarse del tumulto.
El azul, que aparece en un momento clave, tiene un valor simbólico que va más allá del simple uso estético, aunque el director asegura que fue una inspiración sin una causa mientras escribía el guión. Este color, visible principalmente en una escena donde los dos protagonistas, Pedro y Julia, se refugian en un frigorífico, representa una pausa en la vorágine de la cocina. Dentro de ese espacio frío, lejos del bullicio, la pareja encuentra un momento de respiro y conexión. Es una escapatoria temporal del estrés laboral y de las duras condiciones de vida que enfrentan, un paréntesis azul en medio de una realidad sofocante en blanco y negro.
Por otro lado, el verde aparece de manera sutil pero significativa, como un rayo luminoso narrado por uno de los personajes. Este rayo verde, que en la película tiene resonancias mitológicas, simboliza el final inevitable, el desenlace del viaje de Pedro, el joven cocinero mexicano que busca algo más en su vida. A lo largo de la película, ese verde actúa como presagio de un destino trágico que se siente, pero que no se revela hasta el último momento.
La cocina en la que se desarrolla la película es más que un simple escenario: es un microcosmos de tensiones y conflictos culturales que reflejan la realidad de la inmigración en Estados Unidos. El restaurante es un espacio multicultural, en el que conviven trabajadores mexicanos, árabes, franceses, italianos o estadounidenses, y donde los chistes y comentarios sobre los gringos, los extranjeros y las diferencias de idioma y costumbres se entremezclan con la presión de sacar los pedidos a tiempo.
El filme es contundente al mostrar las barreras que enfrentan los personajes, especialmente los inmigrantes indocumentados como Pedro, quien se encuentra atrapado en un trabajo del que depende para sobrevivir. Su amor por Julia, una camarera estadounidense, simboliza su deseo de integración honesta o de visa interesada, pero esa relación es constantemente saboteada por la realidad de su temperamento volcánio. La promesa de Rashid, el dueño del restaurante, de ayudar a Pedro con sus papeles, añade una tensión subyacente a la trama, pues mientras Pedro espera esa ayuda, su vida sigue estancada.
El hecho de que muchos de los trabajadores prefieran hablar español, en un entorno que exige el inglés, genera un sentido de comunidad dentro del caos, pero también resalta la división y el aislamiento en el que viven. Esa barrera lingüística simboliza el conflicto entre la asimilación forzada y la preservación de la identidad cultural. La cocina se convierte, así, en un gueto involuntario, un espacio donde los trabajadores se refugian en su lengua materna, pero al mismo tiempo son marginados por no dominar el idioma dominante.
Ruizpalacios utiliza de manera brillante los planos secuencia, que al inicio de la película nos llevan a través de los estrechos pasillos de la cocina, una metáfora visual de la vida de estos personajes. Los pasillos interminables pueden representar su rutina cíclica, atrapada en un espacio confinado donde cada día se repite sin posibilidad de escape. Incluso el fondo de pantalla de un ordenador en la oficina de recursos humanos muestra un pasillo de un videojuego, reforzando la sensación de que no hay salida real para estos personajes, más allá de la ficción digital.
Uno de los momentos más simbólicos ocurre cuando sueltan langostas en una pecera. A primera vista, las langostas parecen haber recuperado su libertad, nadando en el agua, pero el espectador sabe que su destino final es la muerte. Esta imagen refleja la situación de los trabajadores inmigrantes en la cocina: aunque aparentan tener cierta libertad, están atrapados en un sistema que los devora lentamente, ya sea por la falta de oportunidades, la presión del trabajo o las barreras legales.
La película nos muestra tres mundos claramente diferenciados dentro del restaurante: el primero es el de la cocina, un espacio caótico y estresante, donde el ritmo frenético es implacable y los trabajadores luchan por mantenerse a flote. El segundo es el del comedor, donde los comensales disfrutan de una experiencia tranquila, sin ser conscientes del drama que ocurre tras las puertas de la cocina. Y el tercero es el mundo exterior, la calle, un espacio que, aunque parece ofrecer libertad, es igualmente hostil para los personajes, especialmente para Pedro, quien se enfrenta a la amenaza constante de ser deportado.
Estos tres mundos funcionan como metáforas de las distintas capas de la sociedad: la clase trabajadora, invisibilizada y explotada; la clase media y alta, que consume sin cuestionar las condiciones de quienes les sirven; y el sistema exterior, que oprime a los más vulnerables sin ofrecerles vías de escape.
El tema de la inmigración está presente en cada aspecto de la película. Pedro, el protagonista, es un joven mexicano que sueña con una vida mejor, pero cuya realidad está marcada por la precariedad y la inseguridad. Su historia refleja la de miles de inmigrantes que buscan en Estados Unidos una oportunidad, solo para encontrar un sistema que los explota y luego los rechaza.
La tensión en la cocina no solo proviene de las largas horas de trabajo o de los conflictos personales, sino también de la lucha por encontrar un lugar en un país que no los acepta plenamente.
“La cocina” es una película intensa y poderosa que se hace breve a pasear de sus más de 2 horas de duración, que utilizando el espacio limitado de un restaurante consigue abordar grandes temas como la inmigración, la identidad social y las tensiones laborales extrapolables a cualquier trabajo o ámbito de la vida.
Opinión: 4,3/5
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