Pacific Vein. SEMINCI 2024



El cortometraje "Pacific Vein" del cineasta y artista Ulu Braun, presentado en la sección oficial de cortometrajes de la 69ª Seminci, es una experiencia visual que desafía los sentidos y las convenciones narrativas tradicionales. Este trabajo experimental, que combina imágenes dibujadas, reales y lo que parece ser material generado por inteligencia artificial, es un ejercicio de collage audiovisual, donde objetos aparentemente inconexos se superponen para crear una pieza absorbente e intrigante.

Lo que al principio puede parecer una "locura" sin sentido, como objetos aleatorios y escenas absurdas amontonadas sin conexión evidente, poco a poco va revelando una estructura subyacente más profunda. A medida que el espectador avanza en los 12 minutos de metraje, comienza a desentrañar el hilo conductor que une todas las imágenes. Es en este proceso donde reside la genialidad del cortometraje: lo que parece un caos desordenado es, en realidad, un entramado cuidadosamente diseñado para representar una crítica ácida y sutil del mundo contemporáneo.

La escena de hombres buscando algo en el agua y una mano aplastando un oso de peluche en el barro, simbolizan una sociedad fragmentada entre los que se hunden en la suciedad de la contaminación y la pobreza, mientras que otros, representados en yates con aguas cristalinas, viven en una burbuja de privilegio. Es imposible no ver la analogía entre los pobres y los ricos.

La inserción de personajes públicos como Elon Musk, o el uso de la imagen de Julian Assange entre falsos edificios romanos, añade una capa de crítica social sobre la digitalización y la vigilancia masiva. En una de las escenas más memorables, Assange aparece como vendedor de refrescos en un entorno de falsa opulencia, una representación satírica que, con su habitual toque distópico, reflexiona sobre el control de la información y la vigilancia omnipresente. Braun logra, de manera inteligente, hacer que el espectador cuestione constantemente quién tiene el poder y quién controla nuestra narrativa visual y digital.

La yuxtaposición de hippies, artistas y personas sin hogar captadas por cámaras de vigilancia crea un ambiente opresivo y desconcertante, recordándonos que, en el mundo digitalizado, todos estamos bajo la mirada de un poder que escapa a nuestra comprensión. Aquí, Braun plantea una pregunta crucial: "¿Quién es el verdadero enemigo y quién posee los derechos sobre nuestra imagen?" La respuesta, si la hay, es difusa, pero lo importante es la reflexión que genera.

El cortometraje, si bien en un primer visionado puede parecer excesivamente abstracto o desconcertante, termina siendo mucho más interesante de lo que aparenta a simple vista. La multiplicidad de imágenes, tanto reales como generadas digitalmente, y la inclusión de elementos surrealistas provocan una experiencia inmersiva, casi hipnótica. Las fuentes de agua, que por momentos sugieren limpieza o marketing comercial, añaden capas de significado sobre la manipulación visual y el consumismo exacerbado.

A través de un flujo constante de imágenes aparentemente inconexas, Braun construye un relato sobre el poder, la desigualdad y la digitalización que requiere paciencia y análisis, pero que recompensa al espectador con una perspectiva provocativa y enriquecedora. Una pieza que exige ser vista más de una vez, pues detrás de su locura visual yace una complejidad y profundidad que capturan de manera inquietante nuestra realidad contemporánea.

Opinión: 3/5

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