Crítica de Escape

 

Por David Sánchez

Rodrigo Cortés, de la mano del productor Martin Scorsese, vuelve a sorprendernos con Escape, una película con un nombre poco original pero que mezcla comedia negra, drama carcelario y elementos kafkianos en una narrativa que resulta tan extraña como fascinante. En esta obra, Cortés nos demuestra que aún hay espacio en el cine español para historias arriesgadas, innovadoras y profundamente humanas, aunque no exentas de algunos tropiezos.


La trama sigue a N., interpretado por un excepcional Mario Casas, un hombre roto que decide que la única manera de encontrar paz es renunciar a todas las opciones y buscar la cárcel como su refugio definitivo. La premisa, absurda en apariencia, se desarrolla con una lógica interna que, aunque desconcertante al principio, atrapa al espectador y lo conduce a un desenlace tan coherente como impactante.

Mario Casas: el pilar de Escape

Es imposible hablar de esta película sin detenerse en la interpretación de Mario Casas. Su transformación en N. es genuina, orgánica y profundamente conmovedora. Casas logra transmitir el hastío existencial de su personaje de manera sutil pero contundente. Desde su mirada perdida hasta sus movimientos torpes y su lenguaje corporal que parece pedir perdón por existir, Casas se convierte en el alma de la película.


Por el contrario, Anna Castillo, cuya presencia parece ser el peaje a pagar e inevitable en cualquier producción española reciente, ofrece una actuación que roza lo caricaturesco. Su personaje, que debería ser un contrapeso emocional para N., termina siendo una distracción. Castillo parece incapaz de salir del molde que tantas veces ha repetido, y su sobreactuación resta credibilidad a las escenas en las que comparte pantalla con Casas.

Afortunadamente, el elenco secundario es una maravilla que compensa estas fallas. Actores como Josep María Pou, Blanca Portillo, el franco-español José García y José Sacristán aportan matices y profundidad a sus personajes, creando un entorno coral que enriquece el mundo de Escape. Especial mención merece Albert Pla, cuya breve pero memorable aparición añade un toque de excentricidad que complementa perfectamente el tono surrealista del filme.

Un mundo absurdo y hermoso

Visualmente, Escape es un festín para los ojos. La fotografía de Rafa García se mueve con fluidez entre lo claustrofóbico y lo mágico, haciendo de la cárcel un espacio que parece más un sueño febril que una institución penitenciaria. Las decisiones de elegir a un protagonista incomprendido, "raro" así como la de encuadres y el uso del color recuerdan al cine de Jean-Pierre Jeunet, con un aire a Amélie o La ciudad de los niños perdidos. Cada plano está cuidadosamente diseñado para subrayar la sensación de que estamos dentro de la mente caótica y obsesiva de N, quien tiene una de sus más celebres frases: "¿Qué tiene que hacer un hombre honrado para que lo metan en la carcel?".

La música de Víctor Reyes es otro punto fuerte. La partitura acompaña perfectamente el tono fluctuante de la película, pasando de lo inquietante a lo cómico con una naturalidad impresionante. La escena en la que N. cruza caminos con un preso que busca desesperadamente salir de la cárcel es un ejemplo magistral de cómo la música y la imagen pueden unirse para crear un momento inolvidable.

Un guion que camina por la cuerda floja

El guion de Cortés, basado en la novela de Enrique Rubio, es tanto su mayor fortaleza como su mayor debilidad. Por un lado, el texto está cargado de ingenio, con diálogos afilados y situaciones que oscilan entre lo hilarante y lo profundamente trágico. Por otro lado, en algunos momentos la historia parece perder el rumbo, especialmente en el desarrollo de ciertos personajes secundarios que no terminan de encajar del todo en la narrativa, por ejemplo algunos compañeros de carcel.

Sin embargo, es imposible no admirar la valentía de Cortés al construir una película que desafía constantemente las expectativas del espectador. Escape no es una película complaciente, y esa es precisamente su mayor virtud. Nos obliga a enfrentarnos a preguntas incómodas sobre la identidad, la aceptación por los demás, la libertad y la naturaleza misma de nuestras decisiones .

La obra no es una película perfecta (como podría serlo su obra anterior: El amor en su lugar), pero tal vez esa imperfección es lo que la hace tan memorable. Rodrigo Cortés nos invita a un viaje que, aunque a veces tropieza, nunca deja de ser fascinante. En un panorama cinematográfico donde la originalidad suele sacrificarse en favor de fórmulas probadas, Escape se atreve a ser diferente.

Mario Casas brilla como nunca, llevando sobre sus hombros una historia que, en manos menos hábiles, podría haberse desmoronado. A pesar de algunos desaciertos en el reparto y momentos en los que el guion pierde fuerza, Escape es una obra que merece ser vista y discutida. 

Opinión: 4/5

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