Crítica de Soy Nevenka
Por David Sánchez
Estrenada en el Festival de San Sebastián, Soy Nevenka, dirigida por Icíar Bollaín, llega como un drama inspirado en hechos reales que aspira a ser tanto una reconstrucción histórica como un vehículo de reflexión sobre el acoso sexual y la lucha por la justicia. Lamentablemente, lo que podría haber sido un relato poderoso se ve profundamente debilitado por una interpretación desigual y decisiones creativas que resultan contraproducentes.
Un tema poderoso, pero ya contado
La historia de Nevenka Fernández, quien denunció por acoso sexual al entonces alcalde de Ponferrada en el año 2000, marcó un hito en España. Fue un acto pionero que, años más tarde, resurgió con fuerza en la serie de Netflix Nevenka dirigido por Maribel Sánchez-Maroto. Sin embargo, el mayor problema de la película radica en el hecho de que llega demasiado tarde, tres años después de ese éxito mediático. Este retraso mina la potencia del relato al carecer de frescura, lo que hace que gran parte del impacto emocional y narrativo se sienta ya explorado.
La trama, aunque relevante y cargada de potencial, se desarrolla de manera predecible, una falla que podría atribuirse tanto al guion como a la dirección. Los eventos avanzan sin sorpresas potentes, y el espectador puede anticipar fácilmente los giros, eliminando cualquier sensación de intriga o tensión. También hay que tener en cuenta que al haber sido un evento público, la mayoría de la gente sabe lo que pasó.
La actuación como arma de doble filo
El mayor mérito de la película recae en la interpretación de Urko Olazábal, quien da vida al alcalde acosador. Olazábal no solo entrega una actuación magnética, sino que logra construir un personaje tan creíble como repulsivo, lo que lleva al espectador a detestar profundamente a este hombre abusivo y controlador. Su capacidad para llenar la pantalla con su presencia es un testimonio de su talento, y una de las pocas razones por las que la película mantiene cierta dignidad y merece la pena verla, viendo como este actor, con cada papel da un paso adelante para colocarse en la cime de las vacas sagradas españolas donde estan Javier Bardem, Antonio de la Torre o Javier Gutiérrez.
Por otro lado, Mireia Oriol, encargada de interpretar a Nevenka, constituye el punto más débil del filme, de hecho diría que boicotea el proyecto porque es muy complicado creerse que actúa tan mal. Su actuación carece de matices y fuerza, resultando plana y carente de la intensidad emocional que un papel tan demandante exige. Mientras que Olazábal eleva cada escena en la que aparece, Oriol parece estar constantemente contenida, como si estuviera más preocupada por su apariencia frente a la cámara que por transmitir las complejas emociones de su personaje.
Esta disparidad en el nivel actoral genera un desequilibrio que afecta profundamente la credibilidad de la historia. En lugar de empatizar con Nevenka, el espectador se ve frustrado por la falta de convicción de su intérprete. Es imposible no preguntarse por qué Bollaín eligió a Oriol para un papel tan crucial, especialmente cuando hay una abundancia de actrices españolas que podrían haber hecho justicia al personaje.
Dirección y tono: un problema de enfoque
Icíar Bollaín, reconocida por su sensibilidad para tratar temas sociales, parece perder aquí su habitual solidez. La película intenta equilibrar el drama judicial con momentos que rozan lo caricaturesco, un enfoque que simplemente no funciona. Aunque no se trata de una comedia, algunas decisiones son típicas de comedias.
Es inevitable no hacer la comparación con series como Que vida mas triste, películas como Canallas de Daniel Guzmán o incluso las entregas más absurdas de Torrente, aquí el espectador está viendo una comedia y entiende el choque entre actores profesionales y no profesionales, se entiende el escalón que queda raro al ver ese abismo en interpretaciones, pero una vez más, Soy Nevenka no es una comidia, y esta diferencia en la calidad de las actuaciones no debería estar permitido, al menos es lo que pienso, coincidiendo con una opinión generalizada de gente que vio el film en San Sebastián. Bollaín parece haber permitido un choque entre estilos que termina siendo perjudicial. El drama, que debería ser el núcleo emocional de la película, queda diluido por una falta de coherencia tonal y haciendo que el espectador pierda la atención.
Producción y aspectos técnicos
En el apartado técnico, la película cumple sin destacar. La fotografía de Gris Jordana aporta una cierta frialdad que encaja con el tono del relato, pero no llega a ser memorable. La música de Xavier Font, aunque funcional, pasa desapercibida, incapaz de reforzar los momentos clave. Si bien los valores de producción son correctos, no hay ningún elemento que sobresalga o que eleve significativamente la experiencia cinematográfica.
Soy Nevenka tenía todos los ingredientes para ser una película contundente: una directora con experiencia en temas sociales, una historia real de gran relevancia y un actor de la talla de Urko Olazábal. Sin embargo, el casting erróneo de Mireia Oriol como protagonista y la falta de cohesión en la dirección condenan el filme a ser una oportunidad desaprovechada.
Aunque algunos espectadores podrían encontrar valor en el recordatorio de la lucha de Nevenka Fernández, la película no logra hacer justicia a su historia. En última instancia, Soy Nevenka es una obra que quedará en la memoria no por su impacto, sino por la frustración de lo que pudo haber sido.
Opinión: 2,5/5
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