Crítica The Brutalist. Oscar 2025

Este film  dirigido por Brady Corbet y protagonizada por Adrien Brody como László Tóth y Felicity Jones como Erzsébet Tóth, es una película que toma su nombre y espíritu del movimiento arquitectónico brutalista, aquel estilo surgido a mediados del siglo XX que aboga por la honestidad estructural, el hormigón crudo y una estética funcional sin adornos. Inspirada en figuras como Marcel Breuer —arquitecto húngaro-judío que emigró a Estados Unidos tras la guerra y dejó su huella en el brutalismo americano—, la cinta narra la odisea de un arquitecto que llega a América huyendo del Holocausto, con la ambición de construir no solo edificios, sino una nueva vida. Sin embargo, como una estructura mal calculada, la película se sostiene firme en su primera mitad para luego colapsar bajo su propio peso en la segunda.

El Brutalismo como Metáfora y Fundamento

El brutalismo, derivado del francés béton brut (hormigón crudo), no es solo el oficio de László Tóth, sino también el alma de la película en su arranque. La icónica imagen inicial —la Estatua de la Libertad invertida, un símbolo desorientador que adorna el cartel— refleja esa crudeza: la libertad no es prístina ni acogedora, sino un desafío abrupto para un inmigrante. A través de un plano secuencia magistral, Corbet nos sumerge en la llegada de László a Nueva York, un hombre que carga con el trauma de la persecución nazi y la humildad de quien empieza de cero. El brutalismo, con su rechazo a lo ornamental y su apuesta por lo esencial, se convierte en metáfora de su lucha: un arte que no esconde sus cicatrices, como él mismo.

Adrien Brody ofrece una actuación monumental, digna de su legado en El pianista. Su László, con un acento húngaro que resuena con autenticidad, nos mete de lleno en la piel de un judío perseguido que no domina el inglés pero sí su visión arquitectónica. Es un personaje hecho a medida para Brody, quien parece no actuar, sino encarnar esa mezcla de vulnerabilidad y determinación. Felicity Jones, como Erzsébet, aporta una contraparte poderosa: su silla de ruedas y su lucha silenciosa tras años de separación reflejan otro tipo de brutalidad, la de la vida misma.

La primera mitad, de unas dos horas, es una obra maestra. Vemos la evolución de László desde el miedo y la honestidad hasta su enfrentamiento con la arrogancia americana. Su primo, un hombre que miente sobre su familia para encajar en el ideal estadounidense, encarna esa supremacía cultural que choca con la humildad del extranjero. Hay incluso un subtexto homoerótico sugerido en esta relación, un detalle que añade profundidad sin resolverse. Aquí, el sueño americano se dibuja con matices: un país que desprecia al forastero pero premia al talentoso, como László, quien introduce el brutalismo en Estados Unidos con diseños que desafían la estética tradicional.

Un Derrumbe en la Segunda Mitad

La segunda parte, sin embargo, traiciona la solidez inicial. Si el brutalismo busca funcionalidad, esta mitad carece de ella. Las escenas en la cantera de mármol, filmadas con una duración excesiva, intentan evocar la monumentalidad del trabajo de László, pero resultan vacías y redundantes, como si el hormigón narrativo se hubiera secado mal. La inteligencia y tensión de la primera mitad se diluyen en una serie de decisiones absurdas, culminando en un final grandilocuente pero desconectado: un homenaje visual que parece obra de un becario empeñado en cerrar con algo “importante”, pero que no encaja con el resto de la historia.

Con casi cuatro horas, The Brutalist exige paciencia, pero solo la primera mitad justifica esa inversión. La segunda parece dirigida por otra mano, menos segura, que olvida la esencia del brutalismo: la honestidad sin adornos innecesarios. Es un contraste tan marcado que desorienta, como si la película quisiera ser dos proyectos distintos: uno sobre la lucha y el triunfo del inmigrante, y otro sobre una épica inflada que no aterriza.


Actuaciones que Sostienen el Edificio

Adrien Brody es el pilar que evita el colapso total. Su László Tóth es tan magnético que trasciende los fallos del guion, haciendo creíble cada paso de su viaje. No es exagerado decir que su actuación lo posiciona como favorito al Oscar 2025; Brody tiene un don para habitar personajes marcados por la adversidad histórica, y aquí lo reafirma. Felicity Jones, aunque eclipsada por la intensidad de Brody, aporta una ternura y fortaleza que brillan en las escenas de reencuentro: el tira y afloja de una pareja separada por la guerra, unida por el dolor y la necesidad, es de lo mejor de la cinta. La sobrina que crece entre ellos añade un toque humano que recuerda que, incluso en el brutalismo, hay espacio para la vida.

Para los fans de Brody y del cine de autor, vale la pena por sus cimientos. Pero como obra completa, es un edificio que necesitaba un mejor plano. En los Oscar, Brody podría alzarse con la estatuilla, pero la película, como un bloque de hormigón mal asentado, no resistirá el paso del tiempo.

Opinión: 3/5


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