One-Way Cycle. SECIME 2025

 

Por David Sánchez
Alicia Núñez se estrena como directora con One-Way Cycle y, de entrada, hay que decirlo: no es un prodigio técnico de la animación. No estamos ante una obra que deslumbre por su despliegue visual o por una revolución en la técnica, pero eso no importa. Lo que tiene este corto tonos en blanco y negro con colores secundarios, salpicado de rojos que cortan como cuchillos, es un alma que te agarra y no te suelta. Es una prueba de que la animación española no necesita grandes presupuestos para encontrar maravillas, y aquí tenemos una, imperfecta pero vibrante, que se sostiene sobre un guion que te hace pensar, soñar y, a ratos, rascarte la cabeza.

La historia sigue a Adela, una joven asturiana que en 1929 deja su pueblo rumbo a La Habana detrás de su hermana Segunda. Quiere una vida mejor, sí, pero también anda buscando entender algo más íntimo: su menstruación, ese ciclo que al principio le pesa como una maldición y que, poco a poco, se convierte en una puerta a algo nuevo. Es un viaje doble, literal y metafórico, que mezcla la migración con la regla, y aunque suena raro —porque lo es—, Núñez lo lleva con una mezcla de valentía y ternura que merece aplauso. No todo encaja a la perfección, pero ese riesgo de juntar temas tan dispares es parte de su encanto.

El guion es el músculo de este corto. Arranca con Adela atrapada, no solo por las estrecheces de su pueblo, sino por esa sensación de rechazo hacia su propio cuerpo. La menstruación, que al inicio se pinta como un enemigo, va mutando en algo liberador, casi un símbolo de su transformación. Y luego está el salto al nuevo mundo, la inmigración, donde la vemos desplegar alas —literalmente, en montajes que son pura fantasía— para aterrizar en La Habana y empezar a descubrir su sexualidad. Esos momentos imaginativos, con Adela volando entre escenarios oníricos, son ligeros, frescos, y te llevan de la mano sin que pesen. Pero, claro, no todo es redondo: mezclar la regla con la inmigración y un toque de despertar sexual en tan poco tiempo puede sentirse forzado, como si el corto quisiera abarcar demasiado y se tropezara un poco en el intento.

Visualmente, el blanco y negro con esos rojos estratégicos funciona como un golpe de efecto, a la vez de repente salpica con colores la pantalla. No es Pixar, ni lo pretende, pero la sencillez le da fuerza. Los rojos no solo marcan la sangre, sino que subrayan los cambios de Adela, sus emociones crudas o su alegría en esa falda roja que descubre en Cuba, y le dan al corto un aire poético que se queda contigo. Los montajes, con esa vibra soñadora, son lo mejor: Adela flotando, el mundo abriéndose ante ella, todo con un ritmo que no se enreda. Es animación sin pretensiones, pero con corazón, y eso basta para que no necesites más.

La banda sonora es otro acierto. Bonita, delicada, envuelve la historia sin robarle protagonismo. Es como un susurro que acompaña a Adela en su viaje, dándole un tono cálido que hace que todo fluya mejor. 

Alicia Núñez, que viene de curtirse en producciones gordas con BRB Internacional, Aardman o Ánima, y que ha tocado éxitos como Berni o la franquicia Leyendas, se lanza aquí a algo más personal. Se nota su oficio como guionista y productora, pero también su ganas de arriesgar. Fundadora de MIA, la Asociación de Mujeres en la Industria de la Animación, y ahora al frente del desarrollo de cine en Ánima, tiene tablas de sobra, y este debut como directora deja claro que sabe contar historias.

En el fondo, este corto es un grito pequeño pero potente: la animación española puede brillar sin ser un alarde técnico, solo con una buena idea y ganas de contarla. Adela vuela, migra, sangra y crece, y aunque el revoltijo de menstruación, inmigración y sexualidad no siempre cuaje del todo, el viaje merece la pena. SECIME 2025 le dio el premio al Mejor Cortometraje de Animación, y no es para menos.

Opinión: 4/5

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